Ocho desconocidos llegan a un edificio de departamentos casa para participar en un reality social. Hasta aquí todo normal, pero esta producción realiza un giro, al intentar analizar la interacción a través de las redes sociales. Los participantes no se van a ver ni escuchar, solo conocerán su imagen de perfil e interactuarán a través de una pantalla de chat. Esa es la premisa de ‘The Circle’, formato original de Channel 4, que Netflix ha adaptado para nuestro deleite.
Los concursantes se relacionan, tontean y conspiran para ganar popularidad a través de una red social exclusiva. No tienen sus teléfonos, solo pueden estar en sus espacios personales y salir a otros ambientes en el mismo edificio. Pero, nunca verse, nunca toparse, no estar cara a cara ante los otros.
El reality comienza como cualquier otro: con las presentaciones de las normas, los jugadores y el aviso de que habrá concursantes impostores (catfish en inglés), que no son quienes dicen que son. Esta sombra de sospecha será un factor a la hora de confiar en los demás y puntuar (la primera fase del «bloqueo», es decir, la expulsión).
Este reality tiene su versión en Estados Unidos, Francia y Brasil. En la edición francesa, la novedad fue el ingreso de dos mujeres de edad adulta, quienes intentaron utilizar los modos de las redes sociales haciéndose pasar por el nieto de una de ellas, y generaron la desconfianza de sus compañeros de red.
El bloqueo instantáneo
La primera puntuación se hace justo después de conocer los perfiles (foto y estado) de cada jugador, por lo que el juicio es inmediato.

Hay dos claves que ayudan mucho a que un reality funcione: el casting y el montaje. En ‘The Circle’ las dos cosas están perfectamente combinadas, sobre todo los pertenecientes al primer grupo de ocho concursantes originales, que logran seguir siendo interesantes y relevantes a pesar del flujo de nuevos jugadores (por cada expulsión hay una reincorporación en estos primeros episodios).
Y, por supuesto, el montaje. Es una edición limpia, directa. Cada conversación es oro y las reacciones, elucubraciones (y cagadas, sí) resultan fascinantes.